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lunes, enero 18, 2010

SHEA STADIUM 1965 vs CONCIERTO EN LA AZOTEA DE LOS ESTUDIOS APPLE 1969: BEATLES, LAS DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA.


Cuatro chicos. Los mismos chicos 4 años después. Una rebeldía domada por la maquinaria del marketing de los primeros años, frente a su último concierto, cargado de nostalgia y con un cierto sabor agridulce. Todos uniformados frente a anarquismo en el vestir. Pelo a flequillo frente a largas cabelleras y pobladas barbas. Y sólo son 4 años. 4. ¿y que son 4 años en la mayoría de las vidas de la gente? Muy poco tiempo.



Shea Stadium, New York, 15 de agosto de 1965.



Lo que se ha dado en llamar el concierto que supone el pistoletazo de salida de aquello a lo que tan acostumbrados estamos hoy: los conciertos multitudinarios en recintos deportivos. Ese día estos muchachitos que vendían discos como churros, que un año después dirían aquello de que eran más famosos que Jesucristo, reunieron en este estadio de béisbol a más de 55.000 personas, algo que no se había conseguido hasta la fecha en la historia de la música. Y de esas 55.000 personas, al menos 50.000 de ellas en un estado que podría considerarse casi de enajenación mental transitoria, a tenor de las imágenes y del sonido recogido en el concierto, en el sumun del llamado “fenómeno fan”. Enloquecidas “groupies” encaramadas a las vallas hasta el punto de vencerlas, chiquillas poniendo a prueba sus sesenteros peinados a base de maniáticos tirones de pelos, una madre que reparte klinnex a diestro y siniestro, buscando apaciguar en parte unas lágrimas infinitas, carreras, desmayos, saltos hacia el campo en busca de estar más cerca de la causa de tanto lamento, de tanto sufrimiento desbocado.Eso en las imágenes. El sonido es, si acaso, más ilustrativo de esta histeria reunida sin precedentes. De principio a fin. Desde que salen por el túnel de vestuarios, hasta que se van por donde vinieron. En alguna imagen de su entrada al escenario puede verse como algún policia se tapa los oídos al no aguantar el estruendo. “Ladies and gentleman….honored by their country, decorated by their Queen, and loved here in America…….here are …..THE BEATLES………” clamaba el mítico Ed Sullivan para darles entrada al escenario. El griterío debió ser tan ensordecedor que los propios Beatles reconocieron que durante muchas fases del concierto no pudieron oírse, lo que hace mucho más difícil tocar, circunstancia que otorga un extra de grandiosidad al concierto. Y sólo 12 canciones, porque así lo requería la seguridad del evento, incapaz de garantizar un espectáculo seguro por encima de esta duración dada la inmensidad e intensidad del público. Ese día los Beatles recaudaron 304.000 dólares (de los del año 1965), en el apogeo máximo de su éxito mundial. A pocos metros del escenario, Brian Epstein, manager del grupo, vigilaba de cerca, a la vez que se relamía de placer, a sus cuatro chicos, con la felicidad del que se sabe poseedor de la gallina de los huevos de oro. Disfrutaba, casi como un espectador más, de uno de los considerados mejores conciertos de la banda en toda su carrera, un hito sin duda en su corta e intensa historia. Un hito marcado con la naturalidad, la facilidad, y la felicidad que desprendían estos cuatro portentos de la música. Las canciones eran orgasmos colectivos de apenas 3 minutos de duración, en el calor de la noche neoyorquina. Uno tras otro, sólo interrumpidos por las breves introducciones que de ellos hacían Paul y John, los temas iban aumentando el éxtasis colectivo. Hasta el (casi) siempre serio George Harrison parecía estar contagiado por esta vorágine de gritos al ritmo de “She´s a woman”, “Ticket to ride”, y “Can´t buy me love” entre otras, para cerrar con un apoteósico “I’m down”, con un poseído John Lennon tocando el órgano con los codos. Mientras Ringo a lo suyo, con su perenne sonrisa, feliz de todo lo que acontece a su alrededor, como si con él no fuera la cosa. Y el concierto acaba. Breve pero intenso, como si de un “coitus interruptus” se tratara, los “fab four” lo habían vuelto a hacer.



Azotea de los estudios Apple, Londres, 30 de Enero de 1969.



En un frío mediodía londinense, los que primero fueron amigos, después millonarios, y ahora casi extraños, escribían aquí el último capítulo de su historia como grupo, un grupo herido de muerte desde hacía tiempo, y cuyo destino parecía escrito desde su génesis. Teniendo en cuenta sus personalidades tan dispares, su talento desmedido, su acelerada e intensa vida, su final no podía ser otro que este. Las diferencias eran cada vez mayores, las discusiones cada vez más fuertes, todo ello con la inestimable colaboración de Yoko Ono, cuya figura no hizo más que enturbiar una relación ya de por sí insostenible para un conjunto que había alcanzado todas las metas habidas y por haber. Era una banda muerta por el éxito. A pesar de todo esto, y con el fin de grabar unos temas en directo para la película “Let it be”, dejaron sobre esta azotea una nueva muestra de lo que mejor sabían hacer: música. “Dig a pony”, “I’ve got a feeling”, “One after 909” y “Get back” entre otras. 42 minutos de una página musical para la historia. Esa música que les unió, y que incluso aquí volvió a conseguir la sonrisa de John, las miradas cómplices con Paul, la simpatía de Ringo y esos pies incontenibles siguiendo el ritmo de George, todo ello demostrando que la música estaba por encima de cualquier desencuentro, que seguía siendo ese lenguaje mágico por el cual se habían conocido, y que les acompañaría a ellos y a todos nosotros el resto de nuestras vidas. Los Beatles habían muerto. Vivan los Beatles!!.


PD. Quiero unos pantalones verdes y un abrigo de pelo como el de George.......impagable.