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martes, marzo 02, 2010




ADIOSES

Nunca me gustaron las despedidas. Las recuerdo en una estación, que a veces era de tren y otras de autobús, pero siempre con el mismo final: ¿por qué? Nunca entendía las despedidas. Estos recuerdos están muy asociados a mi infancia, pero todavía hoy vienen a mi cabeza siempre que piso alguno de estos sitios. Son lugares estos llenos de emociones, que vagan como fantasmas por todos sus rincones. No se fueron a ningún sitio, siempre están ahí, uno sólo tiene que pararse allí un segundo, cerrar los ojos, y lentamente todas empiezan a salir temerosas, como viejas y olvidadas compañeras, para recordarte que ellas, aquellas tristes emociones, se han convertido ahora en esa ligera sonrisa que se dibuja en tu cara cuando vienes a su encuentro.

 El reloj acaba de cambiar de minuto. Es la hora. Es el momento de agitar fuertemente tu mano, correr a la carrera por el largo andén, mientras las lágrimas empiezan a recorrer tus mejillas. Y allí se va, a lo lejos, tu felicidad. Y en ese preciso instante, justo en ese segundo mágico, acaba de nacer un recuerdo en tu vida.

Sólo se me ocurre una cosa más triste que una despedida. Una marcha sin adiós. O peor aún, no saber si alguien se fue de verdad o no, cuando no sabes siquiera si debes llorar, cuando ningún tren abandona la estación. 



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